Por Benjamín Ruisánchez (vecino de Oviñana)
Dejamos la playa de San Pedro, después de saborear el rico café. Tomamos la senda de madera que nos lleva al puente sobre el río Esqueiro. Entre la algarabía del momento damos una última mirada a la playa. Muchos son los turistas, visitantes, bañistas que disfrutaron de esta playa. Nosotros seguimos y nos metemos en el camino que bordea el río. Atrás quedan los ríos y tu vas contemplando los encantos de la senda, la vegetación, el canto de los grillos, el vuelo de las mariposas, las vacas pastando, la monotonía de las aguas del río que buscan el abrazo de las alas del mar.
Seguimos en silencio, mientras te encuentras con algún viandante o con un perro que se extravió. Y en plena sombra vas acariciando aquellos momentos de paz y tranquilidad, hasta que llegas al pueblo. Muchas casas que se fueron construyendo en propiedad de muchos foráneos que escogieron este lugar para pasar sus vacaciones y asentaron en él su segunda vivienda. Si cruzamos la carretera, veremos la otra parte del pueblo, situada en el monte, mirando al sur. Y entre casas de indianos, paneras y hórreos, y las nuevas construcciones, nos detenemos a contemplar la estampa de este pequeño pueblo. Nos paramos en el campo de la capilla, donde se celebra la fiesta del apóstol San Pedro y hoy los vecinos celebran la fiesta del Amparo. Volvemos a la carretera, hasta el puente de la carretera de Salamir y aquí seguimos la acera que nos llevará hasta Soto de Luiña. Pasaremos por debajo del imponente puente de la autovía, admirando la vega del río, que va abriendo paso al maravilloso Valle de las Luiñas. No sin antes visitar el viejo molino, el colegio de Nuestra Señora de la Humildad o el edificio que ocupó el cine “La Vega”.
Y ya ante nosotros, la torre de la iglesia parroquial de Soto de Luiña, que merece una visita especial, pero antes nos detenemos a tomar un refrigerio en la terraza de uno de los bares de Soto de Luiña.